Mis ojos siempre abiertos, las interminables sesiones de schubertiades analizando ensimismado la cristalina ejecución de mi admirado Glenn Gould, una escuela de piano impagable. Mi amor por el repertorio francés; Satie, Frank, Fauré, Debussy, Ravel y, sobre todo, mi fascinación por Olivier Messiaen y su Cuarteto para el fin de los tiempos, donde tanta fértil imaginación me desbordaba. Aquella fue una época de incansable estudio y provecho para mí.
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