Hace frío. 8:27 h. Mantengo el motor del coche encendido con la calefacción al máximo y espero breves minutos. La señora Florence Kent camina hacia mí y cuando llega a mi altura esboza su característica sonrisa de mujer diplomática. Da los buenos días y sube al asiento trasero.
- Adelante, acomódese a su gusto. Hoy será un viaje muy entretenido.
- ¿Fuiste a ver la película?
- Sí, ¡sigo fascinado! Agradezco mucho sus recomendaciones y cómo me cuida.
- Me gusta ayudarte, siempre siento que lo necesitas.
- ¿Qué le parece la música que he seleccionado hoy para usted?
- ¡Umm, no sé, no sé... me abre interrogantes! A ver...
- ¿Interrogantes?, pues qué bien, marchemos, entonces.
Pongo en antecedentes a la señora Kent sobre «La consagración de la primavera», de Igor Stravinsky. Me escucha con mucha atención y concluye con un: "eres incorregible y te adoro".
Miss Florence Kent me daba 500 pesetas cada viernes para ir al cine y, ansiosa, esperaba mis impresiones. Ese viernes fui a ver la película «Fanny y Alexander», de Ingman Bergman. ¡Cómo disfruté...! .
Yo la recogía en su domicilio y la llevaba cada día al hospital. Durante el trayecto hablábamos sólo de arte, era nuestra consigna ante la vida.
Yo la recogía en su domicilio y la llevaba cada día al hospital. Durante el trayecto hablábamos sólo de arte, era nuestra consigna ante la vida.
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