sábado, 20 de enero de 2018

NO PUDE RESISTIR LA TENTACIÓN

Os contaré una bonita historia:
Tengo una alumna que gusta de retarse a sí misma y estudia piano con verdadera pasión. Le obsesiona ser dueña de la situación y dominar el instrumento con un poder absoluto (sólo así se puede ser libre expresivamente hablando).

Pues bien, el otro día estudiaba en clase una pieza que le incomodaba bastante. Yo, que estaba intentando tranquilar su zozobra ante la hazaña de dominar el pasaje en cuestión, no pude resistir la tentación de apretar fuertemente sus manos con las mías, bloquearlas y pedir que parara.

Sentí su cólera y quise serenar su ansiedad. Le pedí que se levantara del piano. "Tranquilízate y escucha esto" (le dije sentándome en su lugar).

Comencé a tocar unos suaves acordes con tensiones interválicas de séptimas y novenas mayores. Lo hice intencionadamente, pues sabía que este tipo de combinación sonora resuelve cualquier conflicto de convulsión interior.

Con esta cadencia su torrente emocional quedó perplejo. Paralizada y desarmada, quiso oírme tocar algo improvisado y más desarrollado utilizando esta armonía.

El impacto fue tal que insistentemente me pedía que no parara de tocar. Noté su calma y cómo esa música filtró un enojo gratuito que la había zarandeado minutos antes.

"Cuando sientas que lo que tocas no obedece a tus pretensiones estéticas levántate del piano, sal a la calle, respira hondo, regresa al piano, coloca tus manos en la cuatriada de séptima mayor y escucha con atención cómo viajan en el aire todos esos minúsculos armónicos para serenar tu tensión" (le dije).

No hay nada como el poder de la música para congraciarse con la vida.