martes, 28 de marzo de 2017

LAS PUERTAS DE LA LITERATURA

Como en tantas ocasiones voy de la mano de mi madre andando hacia la consulta del médico. El invierno es mi travesía del desierto. Mientras caminamos ella me sonríe; está preocupada. Yo asisto, impasible, al enésimo ritual de mi perenne bronquitis. A grandes bocanadas abro mi pecho para tomar el aire que nunca quiere llenar mis pulmones. Todavía tengo en la boca el sabor amargo y mentolado de las hojas de eucalipto hervidas, ese árbol de ciencia y vida, y sus vahos de supervivencia. Horas antes mi padre y mis hermanos se afanan en avivar el fuego de la chimenea para que la olla de hojas de eucalipto desprenda su poder curativo y así mermar mi asfixia. Mi ahogo aumenta. "Su hijo dejará de padecer esto cuando traspase el umbral de la pubertad." -dice el doctor-. Yo no sé a qué se refiere, lo único que quiero es dormir, no pasar las noches en vela por no poder respirar. No me quejo nunca, prácticamente esta dolencia nació conmigo y pienso que es lo normal. Algo que no le pasa a mis amigos pero que en mí es lo más natural. Los días que paso en cama recuperando el aliento, leo. Mi abuela me atiborra de tebeos, cómic de superhéroes y cuentos clásicos. ¡Un día se produce toda una revelación en mí! Cae en mis manos «El Camino», de Miguel Delibes. A partir de ahí mis ahogos se apaciguan bastante. Las puertas de la literatura se abren ante mis ojos y también abre mis maltrechos pulmones. ¡Oh, ya recobro el pulso! ¡Estoy vivo! ¡Quiero vivir para leer y leer para vivir! Mi madre sigue cogiéndome la mano cada vez que rememoramos este eterno capítulo de nuestras vidas.

miércoles, 22 de marzo de 2017

¡MÚSICA EN EL VIENTO!

Durante toda mi vida he intentado congraciarme con las artes: escribir, pintar, componer... ¿¡Satisfecho!? Sólo sé que soy un ser de voluntad y crédulo, muy crédulo. Creo en los castillos de mi imaginación. Ya desde niño tuve claro la sanación por el arte, que la creatividad no es una estación de paso, es el hogar; mi hogar. El día que descubrí que la misión de la nota musical 'do' era entristecer al 'si', ya sólo quise componer en 'mi' menor. Luego vino la paleta serial cromática para experimentar mis anhelos de búsqueda y, hecho el descubrimiento, sólo quise ser..., ¡oh, cielos!, ¡música en el viento...!

lunes, 20 de marzo de 2017

¡MANO, CORAZÓN Y VIDA!

- Buenas tardes, mi querido alumno.
- Hola, señora Kent.
- ¿Qué tal tu mano?
- Mal.
- Ya dura esa tendinitis.
- Me voy acostumbrando.
- No leas mientras haces los ejercicios de Liszt. Se te va el santo al cielo y el daño aumenta.
- Sigo las instrucciones del maestro húngaro. Según él hay que practicar durante tres horas diarias sus ejercicios de mecanismo y automatización. Y leer todo el tiempo un buen libro para distraer la mente de tan ingrata tarea. 
- ¡No seas ingenuo! A Liszt le leía la condesa Marie d'Agoult mientras practicaba esos acrobáticos ejercicios. Además tus manos no son las de él. Nunca podrás tocar sus obras.
- Cierto, mis manos tienen otro ser. Liszt derriba castillos a cañonazos y después corta una orquídea con los dedos entumecidos; y nadie lo nota. Yo quiero cultivar orquídeas y regalarlas a la primavera.
- ¡¿Ves?! Cada uno se sirve del capricho de la naturaleza. A ti te obsequió de mano, corazón y vida. No malgastes ese material.
- Pues aléjeme de este endemoniado músico y sírvame la mano de Chopin (abrí mis dedos en un gesto impetuoso delante de sus narices).
- Sí, será lo mejor. Y para empezar estudia este Preludio. Esta pieza es un compendio breve del espíritu de su poética.


Miss Florence Kent abrió un libro de partituras desgastado por el uso, buscó en el índice el «Preludio Op. 28/4», se sentó al piano, comenzó a tocar y yo me derrumbé ante aquel chant des profondeurs. Fue la primera pieza que estudié del polaco que revolucionó París con su estilo personal y atrevido. Frédéric François Chopin fue la puerta que me introdujo en la abrumadora sonoridad del  piano.

jueves, 16 de marzo de 2017

¡COMO UN ULISES LOCO!

La charla es intrascendente. Viajamos en autobús. A una hora de camino está la playa. 26 de abril de 1981, cumplo 16 años. Mis amigos hacen un corro junto a mí y me obsequian con un dispositivo electrónico que empezaba a crear furor por aquella época entre los más jóvenes. Abro la caja que envuelve el regalo y ante mí aparece un walkman rojo. Mi alegría aumenta cuando compruebo que en su interior hay una cinta de cassette con los Nocturnos para Piano de Chopin. Abrazos y vítores por mis 16 primaveras. Cuando el bullicio cesa abro ceremoniosamente el walkman y miro a quién corresponde la grabación. Me coloco los auriculares y pulso 'play'; otro plus de felicidad, con los ojos bañados en lágrimas de placer, comienzo a oír el pulso nostálgico que Claudio Arrau imprime al piano del poeta polaco. Hago el camino ensimismado, envuelto y derretido por la bruma del afrancesado más refinado de la historia de la música. Llegamos a la playa y mis amigos corren al deseado chapuzón. Es un abril tan caluroso que nuestros cuerpos adolescentes ansían sofocos de mar. Yo me quedo en la orilla, no quiero abandonar mi paraíso particular. Pasan las horas y el audio del cassette se ha incrustado en mis entrañas. ¡Quiero estudiar piano, lo necesito! ¡Quiero nacer a la poesía del 'bel canto'...! 
Siempre recordaré ese día por ser uno de los momentos que más incidieron en mi elección ante la vida. Sí, años después de este memorable episodio para mí, y que tan intrascendente fue para mis amigos, conseguí estudiar piano como un Ulises loco atado al mástil del barco. El canto de las sirenas me llamó entonces y, por fin, al pasar de los años, logré romper las ataduras.

lunes, 13 de marzo de 2017

¡EL TIEMPO SE ME ANTOJA UNA PIEDRA PRECIOSA!

Traigo tantas ideas en la cabeza que el tiempo se me antoja una piedra preciosa. De vuelta ya de mi intensa estancia canaria, el proyecto documental, "EL UNIVERSO. Origen y Desarrollo", ha comenzado a tomar forma. La música incidental que me encargan bulle en mi cabeza desde que parto del aeropuerto de Tenerife. Durante el vuelo de regreso esbozo musicalmente los distintos estadios del nacimiento y evolución del universo, visualizo en mi interior las tonalidades, las estructuras armónicas, los desarrollos técnico-expresivos..., todo el entramado arquitectónico de sonidos queda flotando en mi piano imaginario y no deja de golpearme aquí y allá. Ahora, con la calma recuperada y, después de unos días mágicos en todos los sentidos, procuro poner orden al desenfreno provocado por el entusiasmo. (Sevilla, 13 de marzo de 2017).

domingo, 12 de marzo de 2017

¡NUESTRA CONSIGNA ANTE LA VIDA!

Hace frío. 8:27 h. Mantengo el motor del coche encendido con la calefacción al máximo y espero breves minutos. La señora Florence Kent camina hacia mí y cuando llega a mi altura esboza su característica sonrisa de mujer diplomática. Da los buenos días y sube al asiento trasero. 
- Adelante, acomódese a su gusto. Hoy será un viaje muy entretenido. 
- ¿Fuiste a ver la película?
- Sí, ¡sigo fascinado! Agradezco mucho sus recomendaciones y cómo me cuida. 
- Me gusta ayudarte, siempre siento que lo necesitas. 
- ¿Qué le parece la música que he seleccionado hoy para usted?
- ¡Umm, no sé, no sé... me abre interrogantes! A ver...
- ¿Interrogantes?, pues qué bien, marchemos, entonces.
Pongo en antecedentes a la señora Kent sobre «La consagración de la primavera», de Igor Stravinsky. Me escucha con mucha atención y concluye con un: "eres incorregible y te adoro". 
Miss Florence Kent me daba 500 pesetas cada viernes para ir al cine y, ansiosa, esperaba mis impresiones. Ese viernes fui a ver la película «Fanny y Alexander», de Ingman Bergman. ¡Cómo disfruté...! . 
Yo la recogía en su domicilio y la llevaba cada día al hospital. Durante el trayecto hablábamos sólo de arte, era nuestra consigna ante la vida.

jueves, 9 de marzo de 2017

¡TOCO EL PIANO EN EL MUSEO DE LA MÚSICA DE PRAGA...!

Mi periplo hacia la ruta de la "gran música" (así la llamo) me lleva a Praga, concretamente al Museo de la Música. Praga hizo de Mozart su niño mimado. Aquí, el genio de Salzburgo, fue muy querido por las grandes familias burguesas que lo arroparon con su mecenazgo, facilitando el estreno de muchas de sus grandes obras. El amor a la música se respira en cada calle. Entro en el museo y el silencio de la primera sala me transporta en el tiempo, un soñador perfume ancestral me inunda. Aquí y allá las dependencias están plagadas de expositores de instrumentos musicales de todas las épocas. El corazón se me dispara cuando visito la sala de instrumentos de tecla. Permanezco arrobado por tiempo infinito. Disfruto. Una encargada del museo se me acerca al comprobar que doy muchas indicaciones a los amigos que me acompañan. Intuye que les estoy explicando la historia del piano a partir de esa sala. Está en lo cierto. Amablemente me pide que la acompañe al salón principal, señala hacia un lateral y me invita a tomar asiento en un magnífico piano. Dos bailarinas (profesora y alumna) practican unos elegantes pasos de danza. Suena una danza eslava de Dvořák, ¡ah, qué placer! Su intuición no falla, sabe que soy pianista y me pide que toque lo que quiera. La música del checo se extingue poco a poco. Silencio. Rozo las teclas con mis dedos para comprobar el mecanismo del instrumento. La zona grave del piano es generosa, ¡estupendo! -me digo-. Medito durante unos segundos qué puedo tocar. ¡Ya lo tengo! La mano izquierda de Brahms será mi aliada (el teutón era zurdo y se nota en su pianismo). Mi gozo es total, miro a las bailarinas y toco el «Vals nº3 op.39 en sol sostenido menor», de Brahms. Los cuerpos esbeltos y etéreos de las danzarinas responden con gracia al tres por cuatro de mi interpretación. Cuando doy por concluida la pieza, profesora y alumna aplauden discretamente, con amor, y compartimos una cálida sonrisa de complicidad. Minutos de éxtasis y felicidad que no olvidaré jamás.

martes, 7 de marzo de 2017

¡SÓLO TENGO UN LIBRO Y UN CASSETTE...!

¿Os acordáis cuando hacíamos autostop? Siendo estudiante lo practiqué mucho.
Es verano, media tarde, calma chicha. No hace calor. Decido salir a la carretera para hacer una visita sorpresa a un buen amigo. A los dos nos gusta leer y escuchar música, así que quiero enseñarle mi última adquisición literaria y musical.
Ataviado con una carpeta de apuntes y mi reciente ejemplar de las «Obras Selectas», de Miguel de Unamuno, junto a un cassette de los «Nocturnos para Piano», de Frédérick Chopin, me dispongo a dejarme llevar en coche por cualquier desconocido.
Qué alegría se llevará mi amigo al verme llegar con nuestros adorados Unamuno y Chopin (pienso).
A los pocos minutos de espera, un turismo rojo me rebasa y frena en el arcén.
- ¡Eh, chaval, sube! ¿Adónde te diriges?
- A Cádiz.
- Sube, te llevamos.
Recorremos poca distancia y me preguntan banalidades varias. Les digo que soy estudiante y quiero visitar a un amigo para darle una sorpresa que le encantará.
- ¡¿Sorpresa?! ¡Ahora verás!
Son tres; dos chicos delante y una chica detrás, a mi lado. El conductor da un volantazo brusco y se pierde por una carretera de servicio, varios kilómetros al fondo hacia los campos de algodón.
Mi sorpresa es tremenda cuando el copiloto se vuelve hacia mí y me amenaza con un enorme cuchillo. La chica comienza a registrarme y yo, pálido y sin dar crédito, me quedo paralizado.
- ¡Venga, danos todo lo que tengas de valor! Y si no colaboras te arrojamos al canal y cuando las fuerzas te fallen morirás; pensarán que sufriste una caída y te ahogaste.
- ¡Sólo tengo un libro y un cassette...!
- ¡He dicho algo de valor, no esa mierda!
- Bueno, en la cartera creo que llevo mil pesetas.
Hago ademán de cogerla y de un golpe rápido abro la puerta del coche y corro, corro como un condenado por la vegetación de los sembrados. Oigo gritos a mis espaldas, pero yo tengo alas; soy el haz de luz del rayo. Unamuno y Chopin corren conmigo. Salvo lo más preciado que tengo.
Hoy sigo teniendo especial predilección por Unamuno y Chopin. ¡Yo sé cuánto valen...!

lunes, 6 de marzo de 2017

HOTEL CALIFORNIA

Abril. Un sábado cualquiera de 1987. Sevilla, siete de la tarde, 29 grados. Estoy en mi habitación, abro la tapa del piano y reanudo mi sesión de estudio. El piano vuelve a encadenarme. Tarde prometedora con los sempiternos estudios de Czerny, en esta ocasión simultaneados con El Pianista Virtuoso de Luigi Hanon, una suerte de torturadores ejercicios progresivos. Pero...¡¿Qué ocurre!?...Un estruendo ensordecedor me sobresalta. Alguien llama a mi puerta totalmente alterado. Escucho sus furiosos gritos: "¡No, por favor, más no, cambia de una puta vez!". Mis padres se asustan, ¿quién golpea de esta manera y grita como un loco? ¡Niñooo, Orlando quiere hablar contigo! -dice mi padre-. Me preocupo y tranquilizo a mi padre. "¡Ok, voy a ver qué quiere!". Me dirijo a la puerta. Orlando está apoyado en la pared tambaleándose, borracho como una cuba, no se tiene en pie. Me insulta, me llama hijo del demonio. Yo ni me inmuto (conozco el motivo de su estado y su desenfreno a la bebida. Lo entiendo perfectamente), lo agarro y lo invito a pasar. Él se sienta jadeante y me pide que toque Hotel California de los Eagles. Yo atiendo gustoso su petición y cuando termino mi interpretación me abraza llorando y, temblando, balbucea mil perdones en mi hombro. Yo lo aprieto contra mí y dejo que llore. Orlando perdió a su mujer en marzo de 1987, ¡tan joven! Después de este episodio toqué mi piano para Orlando en muchas ocasiones. ¡¿Qué habrá sido de él...?!

¡EL DÍA QUE LLEGUÉ A ROMA!

Viajé a Roma hace años y me invitaron a tocar el piano en un restaurante típico que tenía un magnífico piano y pianista. Federico (¡qué casualidad, como Chopin!), el pianista, me cogió del brazo y con mucha educación me pidió que ocupara su lugar. El dueño del local se acercó a mí y me susurró al oído: ¡Pasodobles y música andaluza! -me dijo- (sabía que yo era sevillano). Le dije que no, que tocaría Beethoven y Mendelsshon. Se echó las manos a la cabeza y, bromeando, comenzó a llorar diciendo que esa música era triste. -¿¡Cómo triste!? ¡Apasionada, viva, soberbia...! -dije yo-. Me senté al piano, abrí mi sesión musical con las «Romanzas sin palabras» de Mendelsshon...y el público prorrumpió en un sonoro aplauso. El restaurante estaba lleno de turistas de todo el mundo y les gustó mi elección, no tanto al dueño, que esperaba a un 'españolo de fuoco' (así me llamó) tocar por bulerías. ¡Ay, los típicos tópicos...!

sábado, 4 de marzo de 2017

BRIAN ENO

Había que vivirlo en la soledad más absoluta. Cuando ya habías engullido toda la música del día, entonces y, sólo entonces, desenfundabas un vinilo de Brian Eno. La extensa alfombra sonora te arropaba hasta el alba en una espiral sin fin. Te levantaba la tapa de los sesos y los efluvios de aires blancos penetraban con sigilo. Inundado de herzios de colores la vida era un constante amanecer. Yo amaba a Brian (...y así siempre). Guardado casi a escondidas me servía, a hurtadillas, mi ración farfisa todas las noches. ¡Ah, qué placer...! ¡Tumbado boca arriba en la azotea de mi casa observando las estrellas embrujado de Eno! Era lo más parecido a parar el tiempo, esa magnitud que nos trae locos a todos.

EL ÚLTIMO SUSPIRO MUSICAL DE BEETHOVEN

La primera vez que escuché el Tercer Movimiento del Cuarteto para Cuerdas nº 16, Op. 135, en Fa Mayor de Beethoven, me hizo perder la cabeza. En octubre de 1826 Beethoven concluye la que sería su última composición musical completa. Seis meses antes de morir da vida a esta genialidad. Se trata de un verdadero testamento musical, sobre todo el Tercer Movimiento con una indicación de carácter y dinámica Lento assai, cantante e tranquillo. Llevaba 30 años padeciendo una sordera progresiva que a los 56 años era absolutamente definitiva. ¡Cuánta crueldad para un músico!, pero fue capaz de componer desde su oído interior, ese lugar donde se encuentra el alma del músico por exlecencia. En este movimiento Beethoven manifiesta una actitud contemplativa, cada nota es un arañazo a la vida que se le escapa. En la partitura hay silencios que producen una absoluta conmoción, silencios cargados de una tensión increíble. Los silencios beethovenianos completan la carga expresiva en todas sus obras más solemnes y ésta es una buena prueba de ello. Es muy interesante destacar la tonalidad escogida para este movimiento: Re bemol Mayor, un tono alejadísimo del original Fa Mayor. Adentrarse por esas notas y por lo que esconden es un desafío monumental. Una tonalidad cargada de bemoles surca por un sendero oscuro de miradas lascivas, de pena y éxtasis. No puede aullar, sólo puede hacer una mueca de su llanto. La modulación tonal que lo conduce a su homónima menor (Do sostenido menor) provoca ansiedad, angustia y dolor profundo en el alma, desesperación, depresión, sentimientos sombríos, miedos, indecisiones, escalofríos. Es un canto fantasmal. Beethoven exhibe un despliegue de recursos fantásticos, dotado de unos anhelos y sutilezas como nunca antes ningún compositor había hecho. Las posibilidades expresivas de este movimiento lo convierten en un ser vivo. Beethoven intuye su final y concibe el Cuarteto en la tonalidad de Fa Mayor, tonalidad llena de luz que toca la felicidad, pero el Tercer Movimiento lo aleja hasta abrirse en canal y lanzar a la historia de la música su último suspiro musical. Un grito silencioso acunado por el timbre de las cuerdas frotadas. Música pura, desnuda; el apogeo de su obra. Desde su aislamiento se comunica sin pudor mostrando su superioridad sobrenatural, sin tiempo ni espacio, eterna.

Nota: Los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven están considerados lo mejor que se ha escrito en la historia de la música.

RAMÓN PÉREZ DE AYALA

Os voy a recomendar al que es para mí el mejor escritor en lengua castellana: RAMÓN PÉREZ DE AYALA. Admirador de Azorín, de una sutileza psicológica agudísima. Utiliza un lenguaje muy refinado y la articulación de la frase es sencillamente perfecta. He leído varios de sus libros. Su literatura en densa, maciza, de una robustez enciclopédica.

¡HUMANO, DEMASIADO HUMANO!

El violonchelo (cello) es el instrumento musical más parecido a la voz humana. El sinfonismo de la música clásica nos abastece de todo un mundo de sensaciones. Los archiconocidos fragmentos incrustados en la memoria colectiva del oyente más neófito siempre nos acompañan, son esos clásicos populares que han inmortalizado la historia de la música clásica. Pero hay infinidad de composiciones menos conocidas y que bastarían para reclutar a grandes masas de incipientes aficionados al género. Un buen ejemplo de ello es el Concierto para violonchelo y orquesta en mi menor Op.85 de Edward Elgar. Postromántico, autodidacta e inclasificable, Elgar se formó en los horizontes de confianza optimista y de buenos sentimientos de la época victoriana británica, pero su rasgo de elegancia y refinamiento estilístico lo llevó a una concepción más comprometida de la música como lenguaje complejo y comunicativo. Analicemos los primeros compases de este prodigio de la composición, donde hundió el hacha en el costado del melómano más exigente cuando ideó esta fastuosa composición. En el primer compás el cello se abre paso con dos acordes fortísimos y majestuosos que quiebran el aire más espeso, esta escalofriante carta de presentación da lugar en el segundo compás a dos sforzando que manan sangre a borbotones con dos trayectorias distintas; una, el melancólico do que rompe el alma del si para luego abandonarlo sutilmente, y otra, el re# (sostenido)/la que bloquea el discurso musical para dejarlo moribundo. Después una serie de sonidos que desembocan en el anhelante mi. Aisladas en el pasaje tenuto la orquesta responde tímidamente y cae en un pianísimo extremo para adorar y postrarse ante el dominante si. Aquí el oyente ha sido seducido y mantiene expectante todos sus sentidos, toda su emoción está al servicio de lo que acontecerá segundos después. El silencio ha lanzado su cepo, eres presa de ese instante interminable donde todo está ocurriendo de manera acelerada. A partir de aquí vuelve a prorrumpir el imperio del solo de cello, arrancando con una ráfaga ad libitum que comienza a elevarse con acentos y retardos, ¡cada vez más in crescendo… más… y más… y más…!, y finalmente esa pausa de la que ya no tienes escapatoria, porque el cielo ha sucumbido a la música. Podríamos remitirnos a muchas grabaciones de este concierto, pero sobrecoge la interpretación de Jacqueline du Pré (ese ángel de sonrisa eterna) con su Stradivarius Davidov de 1712 acompañada por la Orquesta Filarmónica de Londres y que en 1967 fue dirigida por su esposo y compañero musical Daniel Barenboim.

SCHUBERTIADE

Sus palabras me invaden, inundan mis sentidos y de mi piano brota, cuasi exánime, una lánguida barcarola de amor. La noche dibujó la poesía y se adueñó de nosotros. 

CAZA DE BRUJAS. EL ACORDE DEL DIABLO: Cdim(º7). C-Eb-Gb-Bbb

La fuerza flotante de un acorde prohibido por la Iglesia en la Edad Media y que tanto entusiasmo delirante provocó a posteriori: El Acorde del Diablo. Desde el punto de vista de la física acústica, la interválica que se produce es un bucle de 6 semitonos (y sus múltiplos), el número de la bestia. El acorde en cuestión es una sucesión de sonidos sin orden jerárquico (acorde de 5ª y 7ª disminuidas). Esta peculiaridad fue asociada en aquella época como obra del Diablo. Una música inquietante de sonidos tenebrosos y que no obedecía a ningún tipo de resolución tonal, ni orden de importancia en la secuencia armónica, sólo podía ser obra de las fuerzas del mal. En el Medievo la música culta era patrimonio del clero y la censura enterró este acorde maldito por varios siglos. Una caza de brujas quiso exterminarlo por su supuesto poder maléfico, pero el arte está por encima de dictados prejuiciosos y el acorde del Diablo reaparecería en tiempos venideros. En el Barroco hubo algunas incursiones sobre esta combinación de leves estridencias disonantes, haciendo pequeños guiños al respecto con suma cautela. El Neoclasicismo pasó muy por encima de esta circunstancia, tal era el gusto de la época por sonidos estables y equilibrados. Pero a finales del siglo XVIII llegó el movimiento artístico Sturm und Drang (tormenta y pasión) y revolucionó el panorama musical. Este acorde fue utilizado como emblema por los músicos del Romanticismo. Vieron en él la viva imagen de la manifestación del ímpetu emocional, una característica tan agudizada en casi todo el siglo XIX. Los compositores decimonónicos rompen las cadenas de una prohibición absurda y escriben bellísimas obras utilizando al “Diablo” como aliado. Este acorde, con su peculiar carácter suspensivo y no resuelto, abrió los caminos que llevarían a los creadores románticos a utilizarlo como máxima potencia expresiva. Fue recreado con suma sutileza en los pasajes líricos y como furibunda explosión atormentada en los pasajes apasionados en “fortissimo”. La música se nutre de infinitas combinaciones sonoras y, el mal llamado “acorde del Diablo”, debe tener un lugar de máxima autoridad. Puede ser llave maestra hacia la modulación, una transición a un mundo nuevo, donde el compositor elige la senda deseada. También funciona como ente propio, cada sonido vive aislado, pero las distancias sonoras que se producen en su interior tienen una querencia que refuerza la imaginación del compositor. El arte debe fluir sin ataduras, quedémonos con su impacto.

¡UN LIBRO QUE ME ENAMORÓ...!

«LOCOS DE AMOR» (Gillian Helfgott). Libro autobiográfico que cuenta la historia del niño prodigio y pianista australiano David Helfgott y su esposa Gillian. Narra la vida excitante y complicada de este fenomenal artista. Un libro lleno de pasión por la música, de sensibilidad y amor, de respeto y ayuda infinita hacia las personas con trastornos mentales. En las manos estilizadas de David están intactas las huellas de la delicadeza, en la belleza de sus movimientos está la pena de un destino abandonado. Sobrevuela el piano con la hermosura de unos dedos alados, como pálido perfume de primavera. Se editó en 1997 después del éxito de la película "Shine" (basada en esta historia) y lo leí abrazado a la ternura.

EL AMOR. Viena, 1801

Deambula Beethoven, taciturno, por las frías calles de Viena. Sus pasos en la nieve son acompañados por la luna llena. De repente oye el sonido de un angelical piano en el interior de una casa. Quiere saber quién interpreta de manera tan amorosa. Llama a la puerta e inmediatamente lo reconocen.
-¡Pase, maestro! ¡Cuánto honor! ¿A qué se debe vuestra visita?

-Me gustaría conocer a la pianista que ha llamado mi atención con su delicada interpretación.
-Es mi hija, es ciega y en el piano ve la luz.
-Permítame sentarme al piano y describirle cómo es el claro de luna de esta misteriosa noche.
Beethoven toca con solemne ternura describiendo un hermoso paisaje. La joven muchacha, atrapada en su mundo interior, no para de sollozar imaginando la belleza del improvisado nocturno de amor.

Un relato ficticio en torno a la «SONATA CLARO DE LUNA», Sonata Quasi una fantasía nº14, Op. 27/2, de Ludwig van Beethoven.

LA EPOPEYA DE BEETHOVEN

¿Qué es esto? ¿Quién me ayuda? ¿Dónde estoy? ¿Adónde voy? ¿Alguien lo sabe? ¿Dime qué escuchas? ¿Qué sientes? ¿Te abrumo? ¿Necesitas más? ¿Cuándo tomar aire? ¿Te ahogas? ¿Aún respiras? ¡Sí, ya te suelto! ¡Toma el final de mi sonata y descansa!

LA INTERVÁLICA CELESTE

La música son ondas sonoras que viajan a través del aire, agua o cuerpo sólido para irrumpir estrepitosamente en el laberinto del oído y desatar un verdadero temblor emocional. Fue en la Grecia clásica donde la escuela pitagórica sentó las bases de la acústica musical. Desde entonces las matemáticas ponen orden numérico a la interválica musical. Pero, ¿por qué provoca la música diferentes estados de ánimo? Existe el sempiterno debate en establecer si la sensación musical, cuando nos resulta agradable es fruto del equilibrio estable de las armonías, o por una cuestión educacional. Me inclino por lo primero (al margen de gustos y tendencias musicales). Una anécdota que puede corroborar esta hipótesis es la que le sucedió a Mozart siendo un bebé. Su padre, Leopoldo Mozart, era muy dado a organizar reuniones musicales con sus amigos, éstos acudían a casa de los Mozart y pasaban agradables veladas musicales tocando minuetos, sonatas, etc. Cuentan los biógrafos que, estando el pequeño Amadeus en la cuna, rompió a llorar desconsoladamente, todos quedaron muy sorprendidos ante tal frenesí estremecedor. La causa de tal desvelo fue una nota disonante que constantemente tocaba el segundo violinista. La sensibilidad de Wolfgang era tan aguda que distinguía el equilibrio sonoro que se produce en la armonía de un acorde perfecto, de esta manera aquella nota disonante producía un daño constante a su privilegiado oído. La interválica musical es la distancia entre dos sonidos, es decir, la diferencia de altura (grave/agudo, agudo/grave). Y son estas distancias las que determinan, digámoslo así, el estilo musical. El intervalo musical es la raíz del acorde y en definitiva de la armonía, esto es, de la arquitectura sonora de una pieza musical. El pop, el rock, la música popular, el jazz, el flamenco. etc, se diferencian por utilizar distintos intervalos con sus características secuencias cadenciales. Incluso en la música clásica existen esas desigualdades de estilo, siendo perfectamente reconocible una época histórica de otra. Las diferencias entre el Barroco, el Clasicismo y el Romanticismo son muy evidentes incluso para cualquier aficionado, no hay que estudiar música para detectarlas. Una sola nota musical colocada en el sitio adecuado puede desencadenar todo un mundo de sensaciones. Imaginemos un acorde perfecto mayor; pues bien, si tensionamos esta estructura armónica con un intervalo de séptima mayor el contraste sonoro es mágico. Con tan sólo una nota hemos cambiado el rumbo de nuestras emociones, esa nota es la encargada de ‘estristecer’ al resto de sus compañeras, pero si esa misma nota es rebajada a la mínima distancia interválica, ahora nos encontraremos con un principio de alegría que contrasta con toda la melancolía anterior. Asistimos de esta manera a la metamorfosis de la función armónica y a la que yo llamo 'Interválica Celeste', porque si la física acústica está detrás de todo este enjambre sonoro, no cabe duda que las infinitas combinaciones sonoras tienen mucho de celestial.

LAS 10:17 h

Son las 10:17 h. Primavera. Espero inquieto en el patio del Conservatorio. Una voz llama: 
-¡Siguiente...! ¿Es usted Francisco Acosta? 
-Sí, soy yo. 
-Déjenos las copias de las partituras que va a interpretar. 
-Tome, son estas.
-Muchas gracias. Comience con Bach, pero, antes de tocar quiero hacerle una pregunta.
-Usted dirá.
-De tantas propuestas que sugiere el Conservatorio para el período Barroco, ¿por qué ha escogido esta obra?
-Mi deseo de estudiar profesionalmente música supera todas las especulaciones de este tribunal y necesito convencer. Pensé que esta pieza era una buena opción.
-Cuidado, chaval, esta pieza no la toco ni yo. 
-Bueno, correré ese riesgo. Llevo años soñando con este momento.

El tribunal escuchó atenta y completamente mi interpretación del Preludio y Fuga n°2 del libro primero de "El clave bien temperado", de Johann Sebastian Bach. A los pocos días me vi en la lista de admitidos al Conservatorio. Hice el camino de vuelta a casa llorando desconsoladamente.

MIS OJOS SIEMPRE ABIERTOS

Mis ojos siempre abiertos, las interminables sesiones de schubertiades analizando ensimismado la cristalina ejecución de mi admirado Glenn Gould, una escuela de piano impagable. Mi amor por el repertorio francés; Satie, Frank, Fauré, Debussy, Ravel y, sobre todo, mi fascinación por Olivier Messiaen y su Cuarteto para el fin de los tiempos, donde tanta fértil imaginación me desbordaba. Aquella fue una época de incansable estudio y provecho para mí.

MADRID, 1985

Inmediaciones del Parque del Retiro. Julio Antón me espera al final de la Cuesta de Moyano. Me ha prometido una fiesta. Avisto su figura a lo lejos, me hace señas, yo me hago el distraído, ralentizo el paso; me siento en un banco público frente a una caseta desvencijada atestada de libros usados. Me acerco, ojeo la mercancía y casi me desmayo. Alargo la mano, cojo el libro con reverencia. Acabo de invertir las mejores 100 pesetas de mi vida. Adquiero un ejemplar de bolsillo de «Infancia, Adolescencia, Juventud», de Tolstói. Mi amigo gesticula, grita mi nombre; yo no quiero moverme del banco. Soy feliz.

viernes, 3 de marzo de 2017

TETRAKTYS PITAGÓRICA

En música, partiendo de la Tetraktys Pitagórica, la nota de referencia aritmética es la "redonda". Se le otorga el valor de unidad (1) como origen de todas las divisiones y subdivisiones. Sobre ella fluctúa toda la arquitectura del sistema métrico de valores. La matemática y la simetría como obra de arte. Génesis y orden en la Naturaleza.

MI CREACIÓN MUSICAL

En una entrevista reciente el periodista me pregunta cómo es el proceso de mi creación musical, si la música que intento componer suena con antelación en mi cabeza. Me gustó la pregunta. Me quedé pensando y llegué a la conclusión de que los lenguajes abstractos de nuestro fuero interno pululan anárquicamente hasta que implosionan en un estado de ánimo. En mi caso, las notas musicales se abren camino rompiéndome el esternón y saben colocarse en el lugar exacto de la emoción. Si alguna nota desvía su camino, hay un terreno pantanoso que no permite andar con facilidad, un valle de lágrimas que sabe reconducirla al calor del hogar. Un vacío en la partitura espera que esa nota encaje a la perfección; ahí, en ese nido níveo, espera mansamente el cuerpo de la belleza. Y como gotas de perlas, mi música va construyendo un edificio sin fin. ¡Quiero seguir componiendo por encima de la espuma...!

jueves, 2 de marzo de 2017

EL ARTE ABSTRACTO

Toda impresión artística se define a través de la reacción del que observa. Cuando escucho música tiendo a analizarla técnicamente (física acústica, matemática) y a partir de su impacto sensorial trato de averiguar qué ha hecho que esa música me interese. Me siento al piano y una vez examinada la arquitectura sonora me respondo qué suerte la mía poder ir al tuétano de la creatividad, de lo humano. Por supuesto, no tener conocimientos para descifrar cualquier obra de arte no impide su disfrute, sólo hace falta una receptividad sensible y curiosa. Eduquémonos todos por ahí. Prejuicios a un lado y escuchemos nuestra voz interior. A mí, Kandinsky (por ejemplo) me emociona. Firmado, un diletante que camina. 


Ver «Jaune, Rouge et Bleu» (1925, Wassily Kandinsky). Óleo sobre lienzo. Abstracción Lírica. Museo Georges Pompidou (París).

SÉ COMO UN DIAMANTE

"Sé como un diamante. En el cuerpo del diamante, la geometría se hace luz". Este aforismo de Eugenio d'Ors da la bienvenida a mi biblioteca. Lo hice acuñar en relieve en un atril de madera. Para mí define la concepción del arte: un haz de luz en línea recta pero quebrándose y ramificándose en la curvatura del color=sensación. Cada rincón de mi casa está concebido para despertar a las musas en cada mirada.

MI PROFESOR DE STURM UND DRANG

Todo mi mundo musical se lo debo a Carl Czerny (Viena, 1791-1857). Heredero de la Escuela de Piano más revolucionaria, Czerny fue el gran mentor artístico del piano decimonónico. Alumno predilecto de Beethoven y profesor de Liszt, escribió grandes tratados y métodos para el aprendizaje del instrumento rey. En el piano volcó todo su imaginario de posibilidades técnico-expresivas. Cada día necesito practicar algún ejercicio pianístico que me ponga en órbita. Los breves pero intensos Estudios de su opus 821 son ideales.

¡QUERIDO ALUMNO...!

Utiliza el peso de la gravedad. Recupera y estabiliza la mano. Arma la mano dibujando su morfología con antelación al roce de la tecla. Estudia muy concentrado, pero cuando tu mente se distraiga aléjate del piano y lee un buen libro.

UNA DAMA PARISINA

A su madre la trajo, recién llegada de París, a mi casa. Él quería que yo tocara para ella alguna pieza de Chopin. Recuerdo ese placer inmenso que sólo se vive en el preciso instante de la interpretación. Aquélla delicadísima dama, intérprete de piano y amante de Chopin, se sentó muy cerca de mí, pegada al piano; me decía que quería sentir, en otras manos y otras pasiones, cómo emerge ese perfume francés que Frédérick le había impregnado siempre. Conforme yo tocaba, ella hablaba en francés consigo misma, con tan fino hilo de voz, que adornaba armoniosamente la música del piano. Todo ocurrió a media tarde, yo tenía un concierto horas después (no era Chopin el compositor del programa). Las horas previas a los conciertos necesito alejarme del repertorio programado y Chopin me sitúa en el remanso de paz que un intérprete necesita antes de la convulsión del recital.

MYSTERIUM (Hydromuria Suite Piano), by Francisco Acosta

Última composición de mi opus 1 para piano y que cierra este círculo de tonalidades híbridas (frecuencias comprendidas entre 27’50 / 4.224 Hz). Mi particular homenaje a Alexander Scriabin, que intentó componer la gran obra sinestésica de su vida, pero le llegó la muerte en pleno desarrollo de la misma. Sólo el Preludio que Scriabin escribió para su «Mysterium» duraba nada más y nada menos que tres horas.