jueves, 2 de marzo de 2017

UNA DAMA PARISINA

A su madre la trajo, recién llegada de París, a mi casa. Él quería que yo tocara para ella alguna pieza de Chopin. Recuerdo ese placer inmenso que sólo se vive en el preciso instante de la interpretación. Aquélla delicadísima dama, intérprete de piano y amante de Chopin, se sentó muy cerca de mí, pegada al piano; me decía que quería sentir, en otras manos y otras pasiones, cómo emerge ese perfume francés que Frédérick le había impregnado siempre. Conforme yo tocaba, ella hablaba en francés consigo misma, con tan fino hilo de voz, que adornaba armoniosamente la música del piano. Todo ocurrió a media tarde, yo tenía un concierto horas después (no era Chopin el compositor del programa). Las horas previas a los conciertos necesito alejarme del repertorio programado y Chopin me sitúa en el remanso de paz que un intérprete necesita antes de la convulsión del recital.

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