lunes, 6 de marzo de 2017

¡EL DÍA QUE LLEGUÉ A ROMA!

Viajé a Roma hace años y me invitaron a tocar el piano en un restaurante típico que tenía un magnífico piano y pianista. Federico (¡qué casualidad, como Chopin!), el pianista, me cogió del brazo y con mucha educación me pidió que ocupara su lugar. El dueño del local se acercó a mí y me susurró al oído: ¡Pasodobles y música andaluza! -me dijo- (sabía que yo era sevillano). Le dije que no, que tocaría Beethoven y Mendelsshon. Se echó las manos a la cabeza y, bromeando, comenzó a llorar diciendo que esa música era triste. -¿¡Cómo triste!? ¡Apasionada, viva, soberbia...! -dije yo-. Me senté al piano, abrí mi sesión musical con las «Romanzas sin palabras» de Mendelsshon...y el público prorrumpió en un sonoro aplauso. El restaurante estaba lleno de turistas de todo el mundo y les gustó mi elección, no tanto al dueño, que esperaba a un 'españolo de fuoco' (así me llamó) tocar por bulerías. ¡Ay, los típicos tópicos...!

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