martes, 28 de marzo de 2017

LAS PUERTAS DE LA LITERATURA

Como en tantas ocasiones voy de la mano de mi madre andando hacia la consulta del médico. El invierno es mi travesía del desierto. Mientras caminamos ella me sonríe; está preocupada. Yo asisto, impasible, al enésimo ritual de mi perenne bronquitis. A grandes bocanadas abro mi pecho para tomar el aire que nunca quiere llenar mis pulmones. Todavía tengo en la boca el sabor amargo y mentolado de las hojas de eucalipto hervidas, ese árbol de ciencia y vida, y sus vahos de supervivencia. Horas antes mi padre y mis hermanos se afanan en avivar el fuego de la chimenea para que la olla de hojas de eucalipto desprenda su poder curativo y así mermar mi asfixia. Mi ahogo aumenta. "Su hijo dejará de padecer esto cuando traspase el umbral de la pubertad." -dice el doctor-. Yo no sé a qué se refiere, lo único que quiero es dormir, no pasar las noches en vela por no poder respirar. No me quejo nunca, prácticamente esta dolencia nació conmigo y pienso que es lo normal. Algo que no le pasa a mis amigos pero que en mí es lo más natural. Los días que paso en cama recuperando el aliento, leo. Mi abuela me atiborra de tebeos, cómic de superhéroes y cuentos clásicos. ¡Un día se produce toda una revelación en mí! Cae en mis manos «El Camino», de Miguel Delibes. A partir de ahí mis ahogos se apaciguan bastante. Las puertas de la literatura se abren ante mis ojos y también abre mis maltrechos pulmones. ¡Oh, ya recobro el pulso! ¡Estoy vivo! ¡Quiero vivir para leer y leer para vivir! Mi madre sigue cogiéndome la mano cada vez que rememoramos este eterno capítulo de nuestras vidas.

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