sábado, 4 de marzo de 2017

LA INTERVÁLICA CELESTE

La música son ondas sonoras que viajan a través del aire, agua o cuerpo sólido para irrumpir estrepitosamente en el laberinto del oído y desatar un verdadero temblor emocional. Fue en la Grecia clásica donde la escuela pitagórica sentó las bases de la acústica musical. Desde entonces las matemáticas ponen orden numérico a la interválica musical. Pero, ¿por qué provoca la música diferentes estados de ánimo? Existe el sempiterno debate en establecer si la sensación musical, cuando nos resulta agradable es fruto del equilibrio estable de las armonías, o por una cuestión educacional. Me inclino por lo primero (al margen de gustos y tendencias musicales). Una anécdota que puede corroborar esta hipótesis es la que le sucedió a Mozart siendo un bebé. Su padre, Leopoldo Mozart, era muy dado a organizar reuniones musicales con sus amigos, éstos acudían a casa de los Mozart y pasaban agradables veladas musicales tocando minuetos, sonatas, etc. Cuentan los biógrafos que, estando el pequeño Amadeus en la cuna, rompió a llorar desconsoladamente, todos quedaron muy sorprendidos ante tal frenesí estremecedor. La causa de tal desvelo fue una nota disonante que constantemente tocaba el segundo violinista. La sensibilidad de Wolfgang era tan aguda que distinguía el equilibrio sonoro que se produce en la armonía de un acorde perfecto, de esta manera aquella nota disonante producía un daño constante a su privilegiado oído. La interválica musical es la distancia entre dos sonidos, es decir, la diferencia de altura (grave/agudo, agudo/grave). Y son estas distancias las que determinan, digámoslo así, el estilo musical. El intervalo musical es la raíz del acorde y en definitiva de la armonía, esto es, de la arquitectura sonora de una pieza musical. El pop, el rock, la música popular, el jazz, el flamenco. etc, se diferencian por utilizar distintos intervalos con sus características secuencias cadenciales. Incluso en la música clásica existen esas desigualdades de estilo, siendo perfectamente reconocible una época histórica de otra. Las diferencias entre el Barroco, el Clasicismo y el Romanticismo son muy evidentes incluso para cualquier aficionado, no hay que estudiar música para detectarlas. Una sola nota musical colocada en el sitio adecuado puede desencadenar todo un mundo de sensaciones. Imaginemos un acorde perfecto mayor; pues bien, si tensionamos esta estructura armónica con un intervalo de séptima mayor el contraste sonoro es mágico. Con tan sólo una nota hemos cambiado el rumbo de nuestras emociones, esa nota es la encargada de ‘estristecer’ al resto de sus compañeras, pero si esa misma nota es rebajada a la mínima distancia interválica, ahora nos encontraremos con un principio de alegría que contrasta con toda la melancolía anterior. Asistimos de esta manera a la metamorfosis de la función armónica y a la que yo llamo 'Interválica Celeste', porque si la física acústica está detrás de todo este enjambre sonoro, no cabe duda que las infinitas combinaciones sonoras tienen mucho de celestial.

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