domingo, 16 de abril de 2017

EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS

Con 18 años mis amigos decían que me parecía a Arthur Rimbaud. Mi pecho se hinchaba cada vez que escuchaba tal halago (¡éramos tan jóvenes!). Parecerme a uno de mis poetas favoritos en aquella época de rebeldía era sentir la vida en su plenitud. Mucho escribí entonces (algún que otro premio literario gané). Mi primer premio lo obtuve con un cuento titulado: «El sueño de la razón produce monstruos», una febril quimera en torno a Goya, Joyce y Beethoven. Yo sólo respiraba literatura, lo leía todo, quería conocer toda la historia de la literatura y leía a todas horas. Leía y escribía. Así hasta que me di cuenta que las 24 horas del día no eran suficientes para leer, escribir y estudiar piano (...incluso respirar). Exhausto, viví la mejor etapa de mi vida de lector, pero también la más amarga temporada en el infierno. Todos los días, al caer la tarde, se apoderaba de mí el 'daemon' que llevaba dentro, ese carnívoro cuchillo que pedía a gritos salir y morir de amor abrazado al arte. Aquello me mataba y al mismo tiempo me daba la vida, era el cordón umbilical que me unía a la realidad. Mi realidad era un deseo enfermizo de fantasía, de vivir tantas vidas como libros leía. Pasó el tiempo, pero los años nunca calmaron a la bestia; agazapada, veía en la oscuridad. Ahora, gracias a estos inventos modernos cibernéticos, vivo un segundo esplendor literario y musical en todos los sentidos. Sigo teniendo las garras muy duras y afiladas. Me alimento de wolframio.

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