martes, 25 de julio de 2017

PATRIMONIO

"Niño, llégate por una botella de Savin y un paquete de Ducados" -decía mi padre-. Yo obedecía y aquel ritual era lo más natural en mi corta existencia.

De vuelta a casa, y con los deberes hechos, yo colocaba la botella encima del borde del pozo y de un salto me plantaba de nuevo en sus rodillas. Abría el paquete de tabaco y le ponía un cigarro en la boca.

Mi padre me correspondía con un cariñoso bocado en la mejilla, porque mi padre me besaba a bocados; tal era su impetuoso cariño.

Yo me dejaba querer y él siempre me decía: "Mi Paco me lo aguanta todo". No era para menos, yo lo adoraba.

Hago hoy esta pequeña semblanza recordando, hace ahora 11 años, el último bocado que me dio en la mejilla.

He heredado tantas cosas de él, que cuando voy andando por la calle y miro mi sombra, veo su silueta y me estremezco de placer. A veces creo ver en mí su doppelgänger. Siempre nos entendimos a la perfección. Cuando hablábamos de los sentimientos los dos nos reconocíamos en una complicidad absoluta.

Mi padre, un hombre atado a la alegría. Supo aplastar los prejuicios a golpe de sonrisas. Hace 11 años me confesaba que había sido feliz y sacaba pecho complacido por rozar los umbrales de los 80. El 25 de julio de 2006 (a sus casi 78 años) se despidió plácidamente y desde aquel día todas las noches juguetea conmigo.

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