jueves, 31 de agosto de 2017

HICE RESUCITAR AL DIOS QUE NIETZSCHE MATÓ

Siempre salgo con lápiz y papel pautado. Sí, soy compositor de la vieja escuela. No utilizo software musicales, esos programas informáticos sofisticados que enlatan melodía y ritmo con infinidad de posibilidades. ¡No, yo no! Yo me tiro al campo a caminar, así maduro las ideas musicales que previamente he esbozado en el piano. Cuando escribo música me gusta pensar en la Selva Negra y visualizar en mi mente el cuaderno de notas de Beethoven y su aterrador silencio. También viajo a Suiza, al monte Sils Maria, concretamente. Allí traigo a mi memoria las martilleantes insinuaciones filosóficas de Nietzsche. ¿Sabéis que el profesor de filología alemán también fue compositor de breves y estimulantes obras para piano? En una ocasión me pidieron tocar música exclusivamente religiosa en un evento social (soy muy dado a hacer mis propias transcripciones a piano de música sinfónica y óperas). Seleccioné partes de la Misa en Si menor (Bach), Misa de la Coronación (Mozart), Réquiem Alemán (Brahms) y una pieza de Nietzsche que, evidentemente, no la programé bajo su autoría. Como la música de Nietzsche es prácticamente desconocida me arriesgué y sencillamente mentí a la organización del evento. Les dije que era una paráfrasis mía a partir de un himno religioso hugonote. Fue la pieza que cerró el acto y a todos dejó más que satisfechos. Cuando finalicé la actuación y escuchaba los aplausos del público, se me dibujó una inocente sonrisa de maldad en el rostro. Hice resucitar al Dios que Nietzsche mató. A veces a uno le gusta jugar y mirar desde todas las perspectivas posibles. ¡Un juego intrascendente! Ese día todos los asistentes encontraron la Verdad sin saber que era Nietzsche en el que les hablaba.

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